domingo, 6 de diciembre de 2009

La casa amarilla

He extraído esta interesante viñeta de una vieja revista que la editorial mexicana Novaro, especializada en cómics, publicaba allá por la década de 1970 y 1980. Se trata de Fantomas, la amenaza elegante, un antihéroe de origen francés que, por esos años, capturó rápidamente mi imaginación. Aunque ciertamente el dibujo es convencional y los colores están limitados a un soporte económico, el número es uno de los mejores que he leído y se titula La casa amarilla. En la imagen se ve a un policía cuyo nombre es Magnolet, dándole una contraseña de ingreso a una bizarra dama. El lugar es una suerte de fumadero de opio. Al menos eso creyó el inspector Gerard al principio hasta que, al tratar de capturar a los mafiosos gestores que administraban el negocio (mediante un operativo policial in situ),  fue testigo presencial de cómo de pronto la casa se desvanecía ante sus ojos en un solo instante. Naturalmente, como consecuencia de este extraordinario suceso, el inspector cambió de opinión. Entonces, envió a su sobrino. Y lo que sigue después en esta narración es como un juego de cajas chinas: una caja desplaza a la anterior y uno mismo, si se descuida, termina extravíandose en un interminable laberinto.  

Desde el comienzo de la historia, aparece el inspector de la ciudad de París, Gerard, que está triste y angustiado por que su sobrino, Magnolet, ha fallecido. Víctima de una extraña droga, Magnolet había pasado sus últimos días de vida en un estado de indescriptible felicidad. Lo vemos también en otra viñeta en un duelo a pistola con Fantomas, mientras  entusiasmado cuenta, a sus compañeros,  la proeza de haber acabado con el famoso antihéroe. Ellos, incrédulos, se burlan de él. Fuera de sí, Magnolet saca su arma y dispara a quema ropa a todo el que se le acerque. La escena es parecida a otra transmitida por la famosa serie de televisión estadounidense X-Files y en la década de 1990, cuando personas sencillas pero honradas enloquecen y, repentinamente, agarran un arma, inducidos mentalmente por un extraño ente que el agente Fox Mulder debe descubrir. La acción resulta tan irreal que, aunque sabemos que estamos en una ficción, rebota produciendo un extraño eco en nosotros, eco que nos hace dudar como cuando una pequeña piedra se hunde en un espejo de agua y la onda expansiva llega hasta nuestra propia imagen, una y otra vez.


Poco después nos enteramos que en la viñeta de la puerta de la casa amarilla, Magnolet no es Magnolet, sino Fantomas. Disfrazado del malogrado policía, nuestro héroe ha emprendido su propia investigación. Naturalmente, se trata de una investigación acerca de los bordes entre la realidad y la ficción. La puerta de la casa amarilla, constituye un límite, un borde entre un exterior y un interior. Las metáforas espaciales de los conceptos, percibo, son las más interesantes y las que más esfuerzo demandan. La imaginación espacial propone recintos, paredes, ventanas, puertas, pasajes y paisajes integrados a líneas de horizonte y puntos de vista. Los clientes de la casa viajan literalmente a través de sus más preciados sueños como si estos fueran una realidad tangible. Otras posibilidades nos hablarán al oído de viajes heterogéneos a través de la ingravidez de los espacios abiertos, sin línea de horizonte, con un punto de vista omnisciente. Es lo que algunos llamarían "el punto de vista de ninguna parte", casi como si esta línea se hubiera cerrado sobre sí misma, para producir un mandala o una cosmovisión del mundo. El círculo o la elipse surgen entonces como representación de un borde cuyo exterior es vacío y cuyo interior es infinito. 
Las representaciones que alguna vez hemos soñado o imaginado nunca tienen características semejantes a las representaciones realistas de espacios en tres dimensiones que manejan una horizontal clara y un único punto de vista. Quizá por ello las olvidamos a menudo. El proceso corporal por el que pasamos del estado de la vigilia al del sueño quizá pueda ser inducido, pero el acceso privilegiado que un solo individuo experimenta hacia sus propias situaciones imaginarias es intransferible. La gente dormida está sometida al mito: en un sentido literal pero también en un sentido metafórico. ¿Será posible interrumpir este sometimiento por alguna forma de iluminación?, y si esto ocurriera ¿sería esta forma acaso deseable? Es interesante buscar aquí una aproximación entre la antropología del sueño y la arquitectura, pero también entre esta y la literatura fantástica. Es decir, entre las maneras de estar dormido y la cercanía o lejanía al estar despierto, pero también entre los indescifrables vínculos que las geometrías del sueño o de la vigilia parecen articular en cada una de estas esferas inmateriales y ciertas narraciones que portan héroes, más o menos psicodélicos: ángeles, demonios, animales y otros.


La casa amarilla es inmaterial y está hecha de la misma sustancia con la que se producen los sueños. Pero en un sentido cuyo límite es difícil de establecer, la casa se ha materializado y sus signos exteriores parecen producir un eco interno en cada uno de los que se aproximan a ella. Cuando Fantomas disfrazado de Magnolet dice "Nadie debe hacer preguntas en esta puerta porque puede despertarse la gente de la ciudad. Porque cuando la gente despierte, morirán los dioses. Y cuando los dioses mueran, los hombres no podrán soñar más", se produce un fuerte impacto en cualquier lector. Se trata de un impacto parecido al que uno experimenta cuando alguien nos dice "por favor, no abra Ud. esa puerta", o también, "por favor, ábrame Ud. esta puerta solo para mí". 


En la conciencia de tal impacto, especulo, se da también la importancia que toda arquitectura bien trabajada demanda sobre el valor de uso que un recinto ofrece. Un valor que al mismo tiempo es "performático" ya que designa recorridos posibles para el usuario, reglas de juego e intercambios necesarios que lo retan y lo obligan a elegir. De las decisiones que este tome depende, en gran parte, la presencia de un espacio y su sentido material. La perturbación que produce la presencia de Fantomas sobreviene porque no se trata de un investigador cualquiera, sino de uno que quiere hacerle trampa al oráculo, al imprevisto designio de este espacio. Fantomas quiere engañar a la casa amarilla y el lector lo sabe. Quiere que nos dejemos de identificar con sus reglas de juego no escritas. El secreto de Fantomas se remite, desde luego, a su falsa identidad. 


Por lo que, de pronto, y sin proponérselo, uno se observa a sí mismo en el extraño predicamento de preguntarse con temor y fascinación ¿estará a salvo el secreto de esta arquitectura imaginaria con su presencia? y, no sin cierta ambivalencia, nos quedamos pensando si acaso él trabaja para nosotros. Si no fuera así ¿para quien podría estar trabajando un hombre así? Pues no es ni un policía ni un agente inmobiliario. ¿No será el representante de un relato interesado solo en entretener? ¿El ícono kitsch de una ficción que, naturalmente, tiende a mostrarse más como un crudo estereotipo que como una fantasía literaria? A diferencia de la policía, solo Fantomas liberará al extraño ente que produce las alucinaciones en la casa amarilla. Solo él podrá soñar y repetir tranquilo, una y otra vez, los momentos más felices de su vida con la única novia a la que amó pero que falleció recientemente, sin caer en el estado trágico de ensoñación permanente, es decir, sin convertirse en un pobre adicto. Solo él y a través de él todos nosotros, sus lectores, triunfarán y serán derrotados sin saberlo, una y otra vez.


[Las imágenes de la historieta fueron tomadas de: Fantomas -"Serie Águila" - Año VIII - N° 245 - 10 de enero de 1976- "La casa amarilla", México, Editorial Novaro. La imagen de la "Subida al empíreo" es un detalle de un retablo de Bosh (1450?- 1516), tomada de una revista de divulgación de arte cuyos fascículos coleccioné, allá por la década de 1990, pero que extravié en alguna mudanza. En todo caso, el original se encuentra en el Pallazzo Ducale, Venecia]