martes, 31 de mayo de 2011

El espejo: amar una geometría del cielo


¿Cómo llegar a ese lugar que el ojo apenas imagina? Cada cultura ha vivido, de manera diferente, su propia historia de los cielos. Una historia cuyos fenómenos, de día o de noche, se remiten a una realidad percibida. Así, en la época antigua, en los Andes peruanos, dicha historia produjo una experiencia que, solo desde hace pocos años, interesa a los investigadores. Ya que en nuestra antigüedad no hubo escritura en el sentido "occidental" del término sino soportes de memoria cuya organización de la información resulta compleja, quizá intentar la vía geométrica para encontrar algún patrón en la formación de las figuras, se esté convirtiendo, poco a poco, en una vía menos especulativa y más ajustada a las circunstancias.   


Los primeros en especular, fueron algunos pintores modernos que, al participar del canon abstracto en la década de 1950, quisieron otorgarle un sentido local a las imágenes geométricas. Estas pinturas evocaban el orden geométrico de algunos textiles y esperan por algún estudio que las agrupe y las evalúe. Al respecto no hay ninguna claridad. Un caso distinto pero interesante: Juan Acha quien, recién en 1958, comenzó a hacer crítica de arte en el espacio público de Lima, nunca ocultó su preferencia por la abstracción geométrica. Dicho interés había surgido en la primera mitad de la década de 1950: su amistad con Ricardo Grau y los hermanos Max y Herman Braun, lo hace participar, junto con Leslie Lee, en un grupo que discutía ideas neoplasticistas. Dichas ideas, alejadas de todo individualismo gestual y básicamente especulativas, otorgan una autoridad divina y espiritual al uso de la geometría. Lo curioso de todo esto es que, para 1958, las pinturas del ya desaparecido Max Braun (Fernando Vega) exhibían, en el Art Center de Miraflores, un resultado visual que podría calificarse, hasta cierto punto, de ritual y gestualista. Acha nos dice algo confundido: "En los óleos de Vega hay aquella espiritualidad que Mondrian llamaba lo divino, y que, si bien sentimos su dramatismo, es indescriptible su presencia".  



Habría que esperar hasta 1964 para ver, tras el paso de Josef Albers por Lima, la aparición de un solitario Gastón Garreaud (1934-2005) quien asumiría la abstracción geométrica y, al mismo tiempo, la evocación de las culturas de la América antigua de los Andes. El trabajo en soledad de Garreaud, que imagina geometrías distintas, a la manera de variaciones locales de Homenaje al cuadrado de Albers, es una historia que nos acompaña, durante la década de 1970. Solo Mirko Lauer en reiterados textos de crítica, aunque le exige una mayor radicalidad, también le celebra su inteligencia visual. La complacencia de Garreaud en los resultados materiales, parece pensar el crítico, nos remite a su "buen" oficio y a una factura exquisita. Más aún, dicha materialidad se traslada, sin más, a las galerías limeñas. Pero, ¿Por qué Acha, que ama la geometría del cielo, no es capaz de apreciar, como Lauer, la geometría de Garreaud? ¿No será acaso que, en realidad, solo está buscando la racionalidad de Albers, es decir, una forma del purismo, una que solo podrá encontrar en la existencia de las proporciones perfectas y en la coherencia de un sujeto que la enuncie (uno cuya característica principal sea la de mostrarse siempre cerebral y poco sentimental)?¿No será que Acha se pierde y desorienta en la exhuberante subjetividad criolla de Garreaud, tan sentimental como contradictoria?  


El infinito se predica del cielo, del mar y del desierto. La desmesura de una subjetividad que se aproxime a estos espacios sin límite fijo define una errancia cuya temeridad ilumina el punto de vista del viajero. Garreaud sueña con llegar a la Luna, con crear un avión que funcione con energía termo-nuclear, con oponer a la Guerra Fría (todavía existente en la de década de 1980) una imaginación estética desbordada por la poesía y por el arte. Con sus proyectos, Garreaud apunta hacia una dimensión de lo estético que es conceptual, pero su anclaje criollo, la de un limeño sentimental, un artista que escenifica en las tertulias de café el hecho tangible de dibujar madonas para sus amigos, lo coloca quizá en otro predicamento. De una manera muy limeña el Garreaud torero se opone al Garreaud geómetra. La desmesura de uno es el límite del otro. 




[Fotografías del cielo: archivo visual de Francesca Maffetti, Lima, Perú, 2010-2011. La última foto, en la que se ve, en pleno vuelo, una bota de Garreaud, pertenece a la familia del artista. Es una foto interesante que este hizo durante su acción de volver a recorrer, en 1985 y luego de 75 años, el mismo trayecto de Jorge Chávez. En 1910, Jorge Chávez se convirtió en héroe civil al cruzar los Alpes en un avión monomotor, la frontera entre Suiza e Italia. Ningún ser humano, montado sobre un aparato, lo había logrado en esa época. Aquí Garreaud está a punto de aterrizar en territorio italiano. Finalmente, la imagen de la pintura de Max Braun está tomada del archivo del Art Center y corresponde a una obra premiada en Estados Unidos, en 1957.]