domingo, 3 de julio de 2011

La contemplación: torcer a Kant



El mito moderno del genio convirtió al artista en el modelo de alguien que, extraordinariamente dotado por la naturaleza, podía tomar prestado de ella sus misteriosos procedimientos. En una frase: dar a luz, desde la nada, aquello que su imaginación pudiera inventar. Por otro lado, el genio se propuso, desde el discurso de Kant, como alguien que está listo para contemplar la naturaleza. Listo, preparado, con un ojo educado y, en correlación a este, con un ánimo predispuesto para hacer un alto en la vida cotidiana cada vez que fuera necesario. Es decir, cada vez que algún contexto, algún acontecimiento sorpresivo e inesperado, evento o suceso, le salga al paso y lo convoque. Cada vez que algo exterior, llamado bello arte, le haga un reto a su ojo, a su imaginación y a su sensibilidad. 


Kant dice que el temple y el carácter del genio resulta siempre sublime. Una fuerza de la naturaleza que se ha transubstanciado hasta el punto de convertirse en una subjetividad creativa. A un genio se le respeta con facilidad y se le ama con dificultad. Y esto porque si dicha subjetividad (la del genio) se comportara como un animal salvaje, tal y como tendría que ser su tendencia espontánea, tendría que verse en ello algo natural. Sería natural su tendencia a no querer educarse y a permanecer "salvaje" y, al mismo tiempo, burlar a sus educadores. Así, la energía salvaje del genio, su talento, se resistiría a ser educada. Y, sin embargo, paradójicamente, dicha energía estaría allí para ser educada. Solo y exclusivamente de esa manera el genio podría adquirir el gusto que necesita y realizar su talento. A través de educarse en el gusto de su época, el genio logra vincularse al sentido común y dialogar con la sensibilidad más extendida del lugar en donde vive. Porque si dicho aprendizaje no ocurriera, entonces, lo que está allí "para ser contemplado" (por ejemplo, un paisaje o un acontecimiento con brillo propio) podría perderse acaso ya para siempre. 



No hay forma de que el sentido común se entere de muchas cosas. Por ejemplo, saber que existe algo más que sus estereotipos y sus dogmas. Pues ¿quién más, sino el genio, tendría que estar allí como testigo ocasional para poder observar lo que el sentido común no puede percibir? Así, aquello que quedara sin un testigo ocasional acaso flotaría, ya casi sin gravedad en el limbo, perdido para siempre. Por ello, el genio resulta ser, paradójicamente, la subjetividad más precaria y la más necesitada de asistencia. ¿Es responsable el genio, entonces, de haber sido regalado con un puesto de observación que no ha escogido? ¿Uno que, previamente, la naturaleza ha seleccionado para él, aunque no haya sido consultado al nacer? 




¿Se requiere genio para la contemplación de las representaciones colectivas? Desde luego que no. Probablemente solo se requiera genio para producir dichas imágenes ¿Están las representaciones colectivas al alcance de cualquiera? En su carácter colectivo estas representaciones se convierten en el índice de los gustos compartidos por una sociedad. Hablar de las formas de recepción de las representaciones es trasladar el énfasis puesto en la naturaleza del genio (que es capaz de producirlas) al ámbito de la percepción y del gusto extendido del sentido común. Y esto porque hay que buscar, siempre y en todos los casos, el lugar en donde la representación descanse para recibir al público. Así, encontramos al ícono del Señor de los Milagros que está en la Iglesia de Las Nazarenas, en la avenida Tacna, en el centro histórico de la ciudad de Lima. Quizá el mito moderno y kantiano del "genio" ha sido necesario para cubrir la distancia que existe entre una cultura aristocrática, su experiencia estética cultivada y los gustos de las mayorías. Quizá ahora que, en el siglo XXI, dicha experiencia estética puede reivindicarse como un derecho ciudadano la figura del genio comience a mostrar su borde elitista. Y ya no sea necesaria. Quizá ya estemos en una época en la que el "genio" artístico se puede ver como una hipótesis agregada solo para "salvar los fenómenos" (a saber los gustos kitsch y populares de las mayorías; es decir, los prejuicios y los "ídolos de la tribu"). Al descartar la figura del genio la estética contemporánea se muestra en todo inútil al autoritarismo y al fascismo político. Ofrece una dimensión inesperada de reivindicación ciudadana.


Por otro lado lo que ocurre con el ícono de El Señor de los Milagros no ocurre con otro ícono, uno que representa al hombre araña, por ejemplo, pues este no reposa en ningún lugar especial. El dibujo de este "superhéroe" suele encontrarse en impresos, a veces en murales que ilustran las descuidadas paredes de algún colegio de educación inicial en Villa El Salvador o en algún otro barrio de Lima; o también en polos estampados que se venden al por mayor; en una palabra, en cualquier soporte que permita fijarlo como imagen. Para contemplar al Señor de los Milagros, en cambio, durante el mes de octubre, los limeños debemos participar de su fiesta, mientras que para ver al hombre araña ello no resulta necesario. Esta comparación no es nueva. De una manera distinta ha sido ya planteada hace tiempo. Por ejemplo, cuando se repara en la diferencia entre una representación que otorga al lugar un plus de sentido y otra representación que no lo hace. En el mundo colonial peruano esto es más que evidente y por ello el Barroco de las iglesias confió mucho en la calidad de sus representaciones religiosas. Y confió tanto como la publicidad confía en las suyas. Por otro lado, no hay muchas pinturas que en Lima convoquen a tal cantidad de fieles como lo hace la imagen de El señor de los Milagros




Es obvio que, por poner un caso, una pintura como Los Funerales de Atahualpa, de Luis Montero, con toda la fama y carga que porta, no convoca de la misma manera. Es interesante enfatizar que, en ese sentido, en el Perú, la legitimación que la tradición popular le otorga a una imagen tiene más poder que su correspondiente por una institución como el Museo de Arte de Lima (MALI). Resulta evidente de suyo que esto sea así. Y ello no solo ocurre porque el museo siempre apela a la existencia de un público que quiera aprender a contemplar ciertas pinturas como si fueran obras de arte. Las concepciones modernas de la contemplación, en arte, suelen desactivar ciertos ideales tradicionales y populares de participación. Dichos ideales hablan de la contemplación como de la manera más radical de la participación, esto es, como si se tratara de una fiesta suprema. Desactivar las formas tradicionales en las que el ritual absorbe importantes componentes de la experiencia estética no resulta necesario entre nosotros. Y esto queda claro si nos atenemos, incluso, a observar acaso de manera serena hacia las creencias mágicas y religiosas. Un antropofagia estética, en el Perú, acaso solo sería posible si restablece un equilibrio en el metabolismo del cuerpo social. Así, en un lado de la balanza estaría el consumo social de íconos que asumen una estética todavía deudora de los contextos de participación: ¿religiosos?, ¿políticos?, ¿culturales?, ¿comunitarios?, etcétera. Y en el otro lado de esa misma balanza estarían los íconos propios de contextos de percepción, entornos cuya autonomía funciona, todavía, como un ingenuo ideal, esto es, el de la contemplación desinteresada. 


[La primera imagen y la segunda son propiedad del archivo de Trecemonos. La tercera imagen es del archivo del proyecto El laberinto de la choledad, Lima, 1999. La última imagen ha sido tomada de Internet, es una famosa pintura de Luis Montero, Los funerales de Atahualpa, 350 x 430 metros, realizada en Florencia entre 1865 y 1867. La pieza pertenece a la colección del MALI y hace poco fue exhibida junto con los detalles de su restauración, para más información ver http://www.mali.pe/agenda_detalle.php?id=8 . Se detalla allí el espacio cultural ganado por esta pieza, en términos locales e internacionales. También puede verse la importancia de esta pintura en la entrevista a Natalia Majluf, en http://www.youtube.com/watch?v=FXSCpQASb0s&feature=player_embedded#at=138

Retrato uno


En estos días celebré mi cumpleaños. Estuvo muy paja recibir tantos saludos no solo en la plataforma facebook sino también en persona. Fue, en verdad, un día muy bonito. Siempre he pensado que el día del cumpleaños propio es al dibujo como el temple de la temporada en la que uno está viviendo es al retrato. Y eso porque ese día uno se convierte, de manera inevitable, en un referente de sí mismo. Acostumbrado, por cuestiones de trabajo, a lo contrario, me imagino que, en este punto, es mejor cederle la palabra al "otro". Así que, a propósito de esto, busqué y encontré uno de los más entrañables retratos que tengo, hecho por mi hermano. Fue hecho un un día invierno, sin duda, cuando escribía en una vieja máquina Triünf, a inicios de la década de 1990. Allí luzco una de esas chompas de color entero, verde, atributo artesanal que, con el tiempo, se ha vuelto cada día más difícil de encontrar. Con este post bastante personal, confío en que 13 Monos, cuya característica dominante resulta de temas que considero interesantes por sí mismos, no se recienta conmigo.